Sueños extintos en un atardecer
Cuántos sueños se habrán extinguido al atardecer?
El frío viento que azota desde hace semanas las estrechas calles de Tokio logra que un escalofrío impertinente me recorra la espalda. Las hojas se tambalean en los árboles, algunas caen sin remedio a la acera dónde son destrozadas por los transeúntes. Las luces comienzan a encenderse, el crepúsculo apenas mantiene la distancia entre el día y la noche.
El alma me pesa lo suficiente, pienso mientras subo peldaño a peldaño las escaleras centenarias que llevan hacia el parque donde en primavera florecen los sakuras. Desde ahí se pueden observar siempre las estrellas, por pocas que sean. Y en estos precisos instantes de completo sin sentido y perdición, solo puedo encontrar el significado de esta vida y de tantas otras pasadas en ellas.
Divago hasta encontrar mi asiento predilecto, el banco de roble que se encuentra cerca de la fuente. La noche ha llegado y sobre mi cabeza brillan todas las constelaciones del sur, juguetonas, en paz, las alas de un gran fénix las arropan a consciencia. Una ligera sonrisa brota de mis labios y mi frente arde, arde donde antes se posaba el signo del ogro.
He traspasado cientos de universos, tantos mundos, tantos aspectos, sin lograr desprenderme en esencia de mis grandes amigos, amores y sobre todo…pérdidas. Qué lejos se encuentra mi aldea, los brazos de mis hermanos, las eternas luchas contra mis enemigos, los besos de mi amada. “Mi amada”, un pequeño objeto metálico tintinea en mi cuello. Es un anillo, el único recuerdo además de sus ojos esmeralda que conservo.
La constelación de cáncer brilla en el firmamento y el eco de unas palabras perdidas hacen amago de invadirme la mente. Provengo de las páginas de un libro, fui concebido lejos, en otro universo. Algunos me consagran como un milagro, otros como una maldición andante capaz de renegar de las leyes del cielo. El gélido tacto de una mano pequeña y delicada me atraviesa el alma.
"Has tardado demasiado… ¿No lo crees?"
El rostro pálido de una muchacha me observa tras unas ventanas verdes, tan verdes como dos esmeraldas talladas. Sus cabellos rojizos descienden hasta sus hombros. Una lágrima me recorre la mejilla y sé que soy feliz. La muchacha se abalanza, rodeándome con sus cálidos brazos, sollozando y balbuceando palabras que no soy capaz de entender. La estrechó fuertemente, recordando todo aquello que produce su olor a jazmín. La aparto con cuidado, tiene el rostro congestionado.
“Al fin, al fin, te he encontrado”
Mi amada, sonríe y asiente. El peso del juramento vuelve a mí, y antes de besar sus labios logro pronunciarlo.
Wo ai ni.
Nota 1: Wo ai ni, significa “Te amo” en mandarín.
Nota 2: Relato oficialmente publicado en Letmebeletmebreath
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